El Go, como se conoce a este juego en Japón, enfrenta a dos personas que se van turnando colocando piedras sobre un tablero de madera. El objetivo es rodear tanto territorio vacío con piedras de tu color como sea posible, y las reglas son tan sencillas que se pueden explicar en menos de 10 minutos, pero la profundidad de su estrategia es tal que una vida entera dedicada a su estudio no es suficiente para dominarla. El hecho de que cada piedra jugada no pueda ser movida en ningún momento de la partida (salvo que sea capturada), junto con la casi total libertad del jugador para jugar en su turno en cualquiera de las 361 posiciones del tablero hacen que cada partida sea un universo en sí misma.
Asimismo, el Go es uno de los pocos juegos que, por su complejidad, aún no se ha conseguido enseñar a jugar bien a una máquina. En efecto, mientras que existen programas de ajedrez que pueden hacerselo pasar mal a un jugador bueno, cualquier jugador medio decente puede ser capaz, con algo de esfuerzo, de superar a las mejores inteligencias artificiales de Go que existen hoy en día.
A finales de los 90, el Go disfrutó un resurgimiento muy potente, gracias en parte al manga (y su adaptación al anime) que me lo dio a conocer a mí. Hikaru no Go es la historia de un chico que se hace amigo del fantasma de un antiguo maestro de Go, y a través de sus enseñanzas va aprendiendo a amar y apasionarse por este juego, hasta el punto de dedicar su vida a convertirse en un jugador profesional (una persona que se gana la vida jugando al Go). Hasta donde alcanza mi conocimiento, ni el manga ni el anime se ha publicado en España, pero gracias al excelente trabajo de Anime Underground cualquier español puede disfrutar de esta serie, la cual incluso está disponible en Youtube en su totalidad.
Podría hablar durante horas de este juego: sus reglas, sus peculiaridades, su estrategia, su historia, sus adaptaciones... pero creo que, al final, todo se reduce a que este juego me gusta, me apasiona tanto, que no solo me siento bien cuando lo juego. En ocasiones, el mero hecho de ver a gente alredor de un tablero cuadriculado con piedras blancas y negras sobre él me hace sentirme feliz.
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